para Antonio Machado
No quiero ser olvidado y lo que escucho de mis propios pensamientos es eso:
Estoy calado a la frente del teatro.
Silencioso ante la hora marcada.
No llegas.
Yo, el tolo del campo. El carbonero inmundo de costas e trajes negros, estoy calado.
El espectáculo avanza. Finco estupefacto con los colores y palabras. Con las bellas chicas en trajes descotados. Estoy a espera.
Trago en el zurrón la plata que me has pedido. Todo dinero del mes e del siguiente.
Las luces me invaden de nuevo. Yo soy el niño sereno de edad indefinida, sentado abajo del árbol con los pasaros a hacerme de morada.
Siempre fue tranquilo con la naturaleza.
Estoy aún con esperanzas de verte y tocarte en aquel banco a mi lado.
El segundo acto es mejor.
Lloro cuando el cantor rubio queda muerto con un golpe de espada. Nunca había pensado en llegar hasta el teatro solo. Fue tu idea.
Yo estuve a tu disponibilidad, por diez años, quizás más.
El fin de espectáculo todo se crispó en un coro de felicidad. Estuvieran todos sufriendo, como yo. Doscientas, trescientas personas. Desconocidos a llorar por una historia de amor llena di tragedia y luces fabricadas. Tu non apareciste.
Después el frío. Por tres horas más. Todo el pueblo sé fue.
Soy un carbonero sucio que se enamoro tiempo demás por ti.
El teatro ahora, es mí casa de escocimiento, pero unas veces cuando las cortinas quedan, me percibo mirando al lado, esperando que vengas para caminarnos juntos pela calle fría, contando lo que más apreciamos del espectáculo y o que no.
Granada, Noviembre de 2005.
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